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La enigmática criatura conocida como Nasus llegó a la Liga desde un mundo lejano, un vasto y docto imperio del desierto. Gracias a su erudición y al respeto que se le profesaba había sido nombrado Guardián de la Gran Biblioteca. Pero también era parte de una raza de seres salvajes que servían como gobernantes y protectores del pueblo. Desgraciadamente, había otros de su especie que creían que eran algo más que protectores. Vivían en esa ilusión egoísta de que habían ascendido para convertirse en dioses. En el mundo de Nasus, el fantasma de la guerra siempre estaba presente, ya que estos otros ilusos ansiaban esclavizar a la plebe e instaurar un gobierno totalitario. En medio de una fogosa batalla, justo cuando estaba a punto de destruir a su traicionero hermano Renekton, Nasus se vio obligado a atravesar el cosmos para aterrizar en un círculo de invocación en Runaterra.

NASUS

Al principio estaba furioso porque lo habían invocado cuando estaba a punto de acabar con los enemigos de su pueblo, pero el intelecto superior de Nasus se tranquilizó cuando escuchó las súplicas de piedad de los invocadores. Aprendió que Runaterra estaba también plagada por su propia marca de injusticia. Este peligro no era menos amenazante que aquel contra el que había estado luchando en su hogar, y los campeones eran necesarios para proteger a la gente de este mundo. Escuchando la llamada, Nasus decidió ocupar su lugar en la Liga de Leyendas, consciente de que sus hermanos y hermanas seguirían luchando en su hogar. Ahora es el Conservador de las arenas y en ningún sitio se siente más cómodo que entre las ruinas del desierto de Shurima. Sin embargo, a oídos del conservador han llegado noticias preocupantes; rumores de que era posible que su hermano no se hubiese quedado en casa. De ser así, la destrucción de Renekton podría convertirse en la principal prioridad de Nasus, antes de que también aquel mundo fuese víctima de la amenaza de la lengua afilada y la ambición sin fin de su hermano.

El Curador de las Arenas es un ser contemplativo, pero pobre de aquél que se interponga en su camino.

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